Las características de esta etapa en América Latina obligan a poder reflexionar alrededor de lo que denotan los conflictos del poder. Con sólo enumerar algunas materialidades de expresión contextual, más allá de los desajustes que la pandemia y la guerra entre Rusia y Ucrania están ocasionado, podemos tomar nota de las turbulencias que estamos atravesando en este tránsito de época, a saber:
– América Latina es la región más desigual y violenta del mundo.
-Los Estados han perdido en la creencia social su aura de “todo lo pueden”, especialmente porque la “financiarización” y los consecuentes endeudamientos hicieron mermar sus capacidades para dar respuesta a las múltiples demandas, entre las que se encuentran derechos humanos básicos como los económicos, sociales, culturales y ambientales.
-Las tensiones entre democracia representativa con la democracia deliberativa se ahondan con alarmante aceleramiento.
-El creciente individualismo, las desconfianzas recíprocas y el distanciamiento agrietado entre las personas, que marcan dinámicas de coexistencia más que de convivencia, dejan de lado principios de comunidad, singularidad y solidaridad.
-Las pugnas inconducentes en el seno del poder y las pretensiones de la construcción política a partir de la existencia del antagonista permanente, arroja como resultado polarizaciones que representan un corrosivo no sólo entre oficialismos y oposiciones, sino que permea culturalmente y atraviesa los diferentes estamentos del tejido social.
-La confrontación de ideas y las consecuentes narrativas que pretenden argumentarlas, como la representan la contraposición del valor y visión del desarrollo frente a las resistencias sociales en materia socio-ambiental, se vuelcan al debate público como cara y contracara de un nuevo paisaje de confrontaciones semánticas, cuando en verdad son de tal magnitud que se expresan en el núcleo de la conflictividad social urbana y territorial.
-La discriminación, el racismo y la xenofobia dejan una marca indeleble de sentimiento y resentimiento en la forma en que nos encontramos construyendo un nosotros social.
La exigencia social y las fricciones cruzadas requieren repensar el rol del Estado en el acogimiento y asimilación de la demanda social y en la construcción de agendas temáticas que puedan superar la estética dominante y las especulaciones políticas.
Estas características dan cuenta de la necesidad que existe de un inminente replanteo de los modos de atención temprana por parte de los actores de la vida pública con especial enfoque en los tomadores de decisiones.
Es hora de tomar con seriedad las causas estructurales que dan vida a la conflictividad y desalentar la confrontación especulativa que busca, a corto plazo, atraer un núcleo duro electoral pero que genera, sistemáticamente, una grieta política, cultural y social muy difícil de suturar. Se requiere madurez en todo el arco político para poder derribar los muros edificados y reenfocarse con mayor escucha, sensibilidad y “pro-actividad” frente a los primeros síntomas del malestar social y político. También deben ser atendidos los nuevos clivajes que expresan las minorías intensas, que de modo activo se erigen alrededor de temas que, indefectiblemente, deben ser incorporados en la agenda y ser trabajados en conjunto en la co-construcción de políticas públicas.
Sólo con la estructuración de nexos de sentido, para poder achicar las desigualdades y las violencias en la práctica, se favorecerá un clima de vinculaciones que posibiliten sentar nuevas bases de confianzas recíprocas. Para ello, se torna indispensable dejar atrás las prácticas obsoletas y maliciosas donde las relaciones de fuerza se imponen por encima de las relaciones de derechos.
Para despolarizar se deben construir caminos contra fácticos que permitan promover programas integrales de transformación de conflictos, con coordinación de acciones, inter-sectorialidad, inter-institucionalidad, trabajo en red, articulaciones permanentes, con criterio interdisciplinario, que revaloricen el lugar del diálogo y la participación ciudadana, la convivencia pacífica, el respeto a la alteridad y la cultura del encuentro.
- Mediador
Fuente: Diario Comercio y Justicia.