La pandemia exige un reordenamiento en América Latina

Uno de los expertos más reconocidos en resolución de conflictos de América Latina alerta sobre la etapa de sobrecalentamiento social que sobrevendrá en la región. Una mirada crí­tica y un diagnóstico franco sobre el continente de punta a cabo

Alejandro Nató es un tres en uno: un mediador, un conflictólogo y un progresista. En el campo de la mediación, tiene una práctica de décadas, libros, antologí­as, congresos, capacitaciones por toda América Latina, Italia y España. En la conflictologí­a, intervenciones en contextos nacionales diferentes, manuales, aportes sustantivos, reflexiones recogidas en estudios y publicaciones especializadas a lo largo y ancho de la región. Y como progresista, un compromiso firme con los seres humanos de carne y hueso, pero sobre todo, con la inclusión de las minorí­as, la expansión de los derechos humanos, la equidad de género, la integración latinoamericana y la justicia social. Y un corazón rebosante de generosidad.

Hizo rodar la rueda de su vida por diversos paí­ses (y la sigue haciendo rodar con una inclaudicable fortaleza y compromiso), la rueda de su mente por distintas realidades (abierto a seguir comprendiendo y aprendiendo) y la rueda de su corazón por experiencias inéditas, pero manteniéndose fiel a sus principios y convicciones, fuertemente marcadas por la impronta de los derechos humanos, aunque siempre con un saludable dejo de criticismo ante las visiones cerradas y definitivas.

Para Alejandro Nató, como también para el viejo filósofo Sócrates, ser también ha sido hacer, no sólo predicar, sino practicar la mediación y la resolución de conflictos. Esta entrevista es una muestra palpable, tanto de su destilado saber como de su hacer experto.

PREGUNTA. El pasado 2019 parecí­a que en América Latina se abrí­a un nuevo ciclo de conflictividad con consecuencias imprevisibles; pero vino la pandemia y los conflictos también entraron en cuarentena, ¿qué sucederá cuando retornemos a la nueva o la vieja normalidad?

R. Por una parte, donde se posicionaron fuertemente estos conflictos, nos encontramos frente a democracias de baja intensidad, con paí­ses endeudados, donde la desigualdad y la exclusión son estructurales, con gobernantes con poco crédito social y la desconfianza de los sectores populares.

Y por otra, los conflictos cuando desescalan, pero con violencia institucional de por medio, vuelven a la relatencia como es el caso del Covid-19, pero si no cambian las condiciones raigales –sedimentadas como estructurales– por las cuales surgieron, como son la desigualdad, la exclusión social, el descontento y la impotencia; entonces, cuando tengan la oportunidad de volver al escenario público, lo harán para recrudecer una espiral negativa.

P. En 2019 se anunció nuevo ciclo de conflictividad, pero a diferencia del pasado (2000 – 2005), donde toda América del Sur viró hacia la izquierda, ese pareció más bien fragmentado, polifónico y diverso, ¿cuál es tu lectura?

R. Creo que hay momentos muy marcados en la región. El primero fue de altí­sima turbulencia, donde bien lo define el tí­tulo del libro de mi amigo César Rojas Rí­os: las democracias se tornaron callejeras. Los gobiernos perdieron en casi todos los paí­ses su credibilidad polí­tica, por su incapacidad para dar respuestas a las necesidades sociales. Además, en la región hubo un desmoronamiento económico que hizo muy difí­cil garantizar que los gobiernos neoliberales pudieran llevar el timón, con algún atisbo de esperanza, hacia un puerto seguro.

Luego de ese temporal, con los nuevos gobiernos en el poder en América Latina, lo que existió fue una relación mucho más sintónica, que se reflejó en la integración regional con MERCOSUR, UNASUR, CELAC. Pienso que el ALCA fue un motor propulsor que generó la necesidad de nuevas prácticas instituyentes, donde los paí­ses del sur buscaron mayor protagonismo polí­tico y económico en el contexto internacional. Esto operó como un nuevo orden y la conflictividad tomó otro cariz, ya que fueron gobiernos concebidos para gobernar con el pueblo en las calles. Fue una etapa de polarización polí­tica y, a su vez, de crecimiento económico.

Luego afloró un nuevo ciclo polí­tico, con la caí­da de los precios internacionales de las materias primas, donde emergieron prácticas que erosionaron el crédito de los gobiernos, la judicialización de la polí­tica, los troles en las redes, las noticias falsas que construyeron las posverdades. A su vez, varios gobiernos se erigieron como garantes de una mayor concentración de la riqueza y de negocios para los especuladores del sistema financiero. Esto derivó en un nuevo ví­nculo de polarización donde se resquebrajaron los sistemas polí­ticos y se materializa dejando su halo en la pretensión de generar gobernabilidad desde medidas elitistas, sin participación social y con una importante falta de representación polí­tica. Es en este perí­odo donde emerge el ejercicio de la fuerza represiva por parte de varios de los gobiernos de la región y, además, donde se vislumbran niveles inusitados de violencias en las calles que dan cuenta del hartazgo social. A eso se le debe adosar procesos electorales que generan otras tensiones en las dinámicas relacionales. En definitiva, éstas representan pujas de poder que también denotan conflictos.

P. ¿Un panorama sombrí­o por delante? Mala economí­a, mala polí­tica, sociedad enojada€¦

R. Estimo que será difí­cil en esta etapa de recesión global proponer salidas simples frente a una integración endeble como la que actualmente existe en la región. Pienso también que, en la medida en que no surjan liderazgos renovados que promuevan nuevos modelos de gobierno, que replanteen en su seno las instituciones democráticas y que acojan las demandas sociales, no será posible la construcción de un nuevo sistema. La pandemia es un hito que opera como una fractura que exige un reordenamiento en América Latina.

P. ¿Un reordenamiento en qué términos? ¿Qué puede cambiar en América Latina?

R. Lo que está en cuestión es la democracia consensual, que obedece más a los intereses del sistema que a las necesidades de las personas. Es necesario repensar los modos en que verdaderamente se construye una polí­tica pública, lo normativo que pone los contornos del orden y los parámetros de convivencia. Si no se replantean los modelos de gobernanza, difí­cilmente habrá una gobernabilidad del sistema exenta de turbulencias. Ese reenfoque puede permitir la construcción de pactos sociales que deberán tener en cuenta el protagonismo social para hacer efectivos los derechos y la accesibilidad para impulsar procesos de acción, articulados de modo intersectorial, para la inclusión de los sectores marginados. También deberá ser el objetivo central de la agenda polí­tica el trabajar las causas estructurales de las desigualdades y las exclusiones. A ello debe sumarse el desafí­o de asumir un nuevo modelo de integración regional, que debe superar los postulados y adscripciones ideológicas y ser lo suficientemente pragmático desde lo económico como para enfrentar la pos-pandemia.

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Lo que está en cuestión es la democracia consensual, que obedece más a los intereses del sistema que a las necesidades de las personas 

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P. Hagamos un repaso de los paí­ses más calientes en términos de movilización social empecemos por uno que conoces bien después de tu paí­s de origen, Bolivia. ¿Qué viene por delante?

R. Al derrocamiento de Evo Morales del poder le sucedió la asunción provisional de quienes ocuparon los cargos de gobierno, los muertos en las calles, la reconfiguración de una prolongada cultura oficialista, en una nueva oposición que no puso palos en la rueda para viabilizar un gobierno de transición que, entre otras obligaciones asumidas, prometió sanear el Tribunal Electoral y convocar a elecciones lo antes posible, asegurando que no tení­an ningún interés electoral. Dentro de los acontecimientos más salientes, la presidente provisional anunció su candidatura presidencial dejando atrás su compromiso desinteresado al respecto y también se hizo  presente el encarcelamiento y la persecución polí­tico-judicial de muchos integrantes del gobierno del MAS en ese marco, llegó la pandemia, que permitió posponer las elecciones y esto le otorgó tiempo (y especulaciones de todo tipo) a los circunstanciales gobernantes. Los mineros, los cocaleros y algunos sectores indí­genas mostraron su descontento y bloquearon las carreteras como una muestra de descontento a la prórroga del acto electoral (la nueva fecha fijada es el 18 de octubre). El Tribunal electoral abrió una ronda de diálogos para buscar garantí­as, la comunidad internacional acompaña en el esfuerzo, y esta se presenta como la última oportunidad del año para que Bolivia salga del atolladero institucional en el que se encuentra.

P. Sigamos recorriendo el vecindario, ¿qué sucede en Chile?

R. En Chile estoy trabajando activamente con el Colegio de Mediadores y la Red de Mediadores en función de la conflictividad social. Allí­ aconteció un reventón social, donde más allá del hecho desencadenante, la misma manifestación situó la verdadera cuestión de fondo: No es por 30 pesos, es por 30 años, dejando al desnudo que la prosperidad de la economí­a macro conviví­a con una marcada desigualdad en los derechos sociales (salud, educación, vivienda) que se instaló como insostenible. Durante este conflicto se desató una represión inusitada que dejó un daño mensurable en el orden de la tragedia (34 muertos confirmados, 3.400 personas hospitalizadas, de las cuales 400 perdieron parcial o totalmente su visión, 8.800 arrestados). Teniendo esta referencia, me llama la atención la actitud gubernamental que se encuentra mucho más inclinada a favorecer los intereses empresariales y que dejó de lado u olvidado a quienes estaban en las calles bregando por cerrar o, al menos, achicar la brecha de desigualdad. Estimo que los gobernantes chilenos deberí­an estar empeñados en dar respuestas efectivas, más allá de la anunciada Reforma Constitucional, y tomar en cuenta esa efervescencia social cargada de demandas concretas, congelada por el Covid-19 y que, indudablemente, se descongelará en la etapa pos-pandemia.    

P. ¿Qué panorama se presenta en Brasil?

 R. En la falsa antinomia que nos instaló la pandemia, entre economí­a o salud, quedó al descubierto que aquellos paí­ses que priorizaron la primera por encima de la segunda, tuvieron magras consecuencias en los dos terrenos. Tanto en Brasil como en Estados Unidos, sus gobernantes hicieron gala de esta opción que le dio preeminencia a la economí­a por encima de la salud. En ambos casos, los resultados económicos fueron de una caí­da de su PIB y esa actitud permisiva como desafecta respecto a la salud, les trajo notorias consecuencias perjudiciales para la población, tanto en la morbilidad, letalidad como en la mortalidad, que produjo el modo de enfrentar al Covid-19. Brasil tiene además una fragilidad institucional enorme, con acontecimientos turbulentos permanentes. La descomposición de su gobernanza es evidente: el estilo presidencial descomprometido con los sectores populares, los lobbys que representan el poder parlamentario que presionan en función de su propio interés y también gravita el Partido de los Trabajadores (PT) que puja por volver al poder desde una amplia base social frente a un oficialismo fragmentado. Es lógico que esta realidad polí­tica se plantee en clave de confrontaciones multivectoriales.

P. ¿Está Ecuador al borde de un ataque de nervios?

R. En el caso de Ecuador hubo un estallido social por el aumento del combustible como epifenómeno visible, pero además estuvo acompañado de un paquetazo de medidas impopulares que se pretendí­an imponer desde el Fondo Monetario Internacional (FMI). Un acuerdo logrado entre los indí­genas y el gobierno se postuló como una tregua momentánea. Ahora bien, si después de ello no se reparó en el impacto de las medidas propuestas por el Fondo Monetario, ni se tuvo en cuenta la multiplicidad de conflictos por los que atraviesa la sociedad, ni tampoco hubo una polí­tica de Estado para ayudar a los más desventajados, golpeados además fortí­simo por la pandemia, se vislumbran lógicamente escenarios turbulentos. Recientemente aprobada la Ley de Apoyo Humanitario, nos sirve como referencia hacia dónde se inclina la balanza, pues el espí­ritu de la ley es flexibilizar las relaciones laborales a favor de las empresas.

Además, nos encontramos a medio año de una elección nacional, y a la conflictividad social se le suma la alta tensión polí­tica que implica la intención de Rafael Correa de volver (con serias posibilidades electorales) al poder en la fórmula presidencial opositora.

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Si en Ecuador no se reparó en la multiplicidad de conflictos por los que atraviesa la sociedad, ni tampoco hubo una polí­tica de Estado para ayudar a los desventajados, golpeados además fortí­simo por la pandemia, tendrán seguramente escenarios turbulentos

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P. ¿Puede Colombia volver a los tiempos del cólera?

R. Valoro mucho el esfuerzo que se desplegó, en una prolongada  negociación desde el gobierno de Santos, para lograr un alto el fuego por parte de las FARC y el consiguiente  acuerdo de paz. He trabajado en Colombia, donde pude percibir cuánto puso cada sector para dar ese importante paso en un conflicto de más de medio siglo. Los intereses polí­ticos cruzados y la inquina que le imprimió Uribe no contribuyeron a fortalecer el proceso de paz. Hoy Duque, quien tampoco siente como propio ese acuerdo, con escaso crédito social, enfrenta a los sectores populares desde una polí­tica que no tiene en cuenta –por no escuchar y no acoger las demandas– el hecho de haber tenido multitudinarias protestas de sindicatos, indí­genas, artistas, oposición y movimientos socioambientales, que convergieron y se alzaron  contra las polí­ticas sociales, económicas y de seguridad. Medidas como la flexibilización laboral, la intención de eliminar el fondo de pensiones y entregar al negocio privado esos recursos y, además, impulsar una reforma tributaria que da facilidades contributivas a las empresas multinacionales y cargar de tributos sobre la espalda de los sectores laborales, hacen visible cómo se aleja de la búsqueda de soluciones integrales.

P. Venezuela ¿se trata de un caso perdido? ¿De un conflicto que va camino de ser intratable?

R. En Venezuela asisten al desmoronamiento del ejercicio efectivo del poder de Maduro. Las acotadas posibilidades de generar iniciativas de gobierno y los bloqueos económicos le generaron un ahogamiento al sistema de poder. También quisiera poner sobre la mesa diversas variables de un inter-juego que se retroalimenta desde hace mucho tiempo: primero, hay una oposición que no se planteó nunca ser una verdadera alternativa electoral. Apostó más al apoyo internacional que a dar una batalla polí­tica interna. Desdeñaron los esfuerzos de diálogo, tanto de Rodrí­guez Zapatero como del Vaticano y, además, exigieron bloqueos y condicionamientos económicos que los padece el propio pueblo. Segundo, erigieron un gobierno paralelo encabezado por Guaidó, sostenido desde la Asamblea Nacional y por el poder imperial internacional, que erosiona, deslegitima y anula aquellas salidas que puedan favorecer a la población. Tercero, existe un oficialismo que se sostiene con muy poco margen de maniobra y se notan ciertas búsquedas que se manifiestan en materia económica, como el esfuerzo por reestructurar su petrolera estatal que, a su vez, se contrastan con la caí­da del valor de la moneda y la hiperinflación que esmerilan el crédito social. Estimo que la polarización es tan profunda que indudablemente seguirán los enfrentamientos entre los antagonistas.

P. México es querido, ¿pero sigue siendo lindo lo que refleja en los titulares todos los dí­as?

R. Las múltiples violencias que emergen en México se deben a que, durante décadas, hubo permisividad hacia la construcción de un poder fáctico paralelo y con ví­nculos aceitados con el poder polí­tico estatal. Se podrí­a decir que desde septiembre de 2014, con la horrorosa matanza de los 43 alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, no da margen para esconder la basura debajo de la alfombra. Desde el 2006 hasta el presente hay más de 60.000 desapariciones y se encontraron más de 3.600 fosas clandestinas. Paramilitarismo, narcotraficantes, lucha contra el narcotráfico, presupuestos elevados, fueron un cóctel que fue gestando una  frontera (antes muy marcada y ahora bastante laxa) entre aquéllos que definen sus intereses con una población que está obligada a convivir con el temor de saber que cualquiera puede pasar la lí­nea divisoria sin reparo ni castigo. Tengo mucha esperanza que, con la Comisión de la Verdad y Acceso a la Justicia que emergió en 2019, pueda empezar a salir a luz lo acontecido y surjan los verdaderos culpables del caso Ayotzinapa. Hace falta lí­mites a la impunidad que sirvan como dinamizadores de cambios profundos.

P. Estados Unidos, ¿esperabas que suceda lo que acabó ocurriendo con la muerte de George Floyd?

R. Uno de los principales escollos que tuvo el sueño americano es la desaprensión a la segregación y al racismo. Estados Unidos nos dio muestras que una chispa (la muerte de George Floyd debajo de la rodilla de un brutal policí­a, que representa un sinnúmero de abusos policiales y violencia racial en ese paí­s) puede poner en combustión la fragmentación, la polarización, la desigualdad y la exclusión, hasta el punto de encenderlas. Estos fuegos, tan propios de varios paí­ses de la región, el Covid-19 no logrará ni podrá apagar. No obstante, para Estados Unidos estas señales de alerta le deberí­an servir para tomar conciencia que ese omnipresente poder en el contexto global, podrí­a muy bien ser utilizado para aliviar la deuda de los paí­ses endeudados, buscar una mejor coordinación multilateral y ser artí­fice con las demás naciones en el replanteo del este capitalismo excluyente. Entiendo que la desnudez de las bajezas del sistema dejó también al descubierto que es muy difí­cil ejercer liderazgos desde la ignorancia y la prepotencia. Por ello, más allá de las especulaciones electorales, deberí­a primar la racionalidad y la cooperación. Es hora de deponer las armas, incluso en el terreno comercial, y construir nuevas alianzas para hacer de este mundo un lugar vivible.

P. Finalmente, la Argentina, y recurriendo a uno de los tí­tulos del novelista Ricardo Piglia, ¿está bajo respiración artificial?

R. Enfrentamos una gran recesión a nivel global. Ese sombrí­o panorama en la Argentina tiene aún más peso, debido a que la pandemia nos encontró en los inicios de un nuevo gobierno que tuvo que renegociar el endeudamiento público con los acreedores externos y definir polí­ticas activas direccionadas a la  protección de la salud de la población. Lógicamente, a medida que transcurre este proceso se registra una caí­da en el nivel de actividad y una tensión con los diversos intereses en juego de los sectores de la vida polí­tica y económica.

Conozco al presidente Alberto Fernández desde hace casi 40 años, sé de sus convicciones, su idoneidad y capacidad, también puedo decir que es pública su trayectoria y experiencia polí­tica. Pienso que los atributos de gobernante racional y sensato le permiten buscar consensos básicos con las fuerzas productivas y polí­ticas para  garantizar gobernabilidad y, sobre todo, para encarar como piloto de la tormenta la crisis.

Exijamos más que nueva normalidad, una nueva moralidad

P. Hoy escuchamos hablar de la vieja normalidad para alentar la entrada en vigencia de una nueva normalidad, ¿qué piensas al respecto?

R. Que el contexto anterior al coronavirus hubiera significado una habitualidad, no implica que fuera normal. Estimo que lo que se postula desde el poder, al margen de las crisis de confianza y liderazgo, son escaladas de provocaciones con varios componentes palpables, por ejemplo, la tendencia a priorizar el andamiaje económico contemplando el interés empresarial, la postergación de la agenda pública de las causas que generaron las protestas sociales y la profundización de la desigualdad como de la exclusión social.

Más que una nueva normalidad me gustarí­a postular principios que promuevan algo absolutamente distinto, ya que si no se redimensiona el sistema financiero internacional y se replantea el capitalismo, plenamente vigentes en aquella vieja normalidad, seguiremos con exclusiones, desigualdades, violencias, paraí­sos fiscales, corrupción en el poder y concentración de la riqueza. Por eso me considero adscripto entre los que exigen más que una nueva normalidad, una nueva moralidad.

P. Deberí­amos preguntarnos, ¿qué cambió para bien durante la pandemia?  R. Muchas señales positivas tuvimos por parte de la sociedad. Innumerables personas cooperando entre sí­, el personal y los profesionales de la salud con una entrega total. Pueblos nobles y algunos gobernantes a la altura de las circunstancias. La interdependencia afloró como un valor insustituible. La relación con la tecnologí­a (si bien la brecha tecnológica dejó algunas personas al borde del camino) se consolidó y adelantó al menos un lustro en su evolución. La relación con el poder también cambió. No creo que este quiebre provocado por la pandemia acabe con el capitalismo, pero sí­ obliga a replantearlo y tengo la expectativa que sea para el bien de los pueblos. Todo esto es muy positivo, en especial si integra lo polí­tico, lo social, lo económico y lo ecológico. ¿Un mundo mejor es posible? Esta es una gran oportunidad para emprender ese camino.

Entrevista publicada en Turbulencias.

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