Ese anhelo por los cambios para un destino mejor dejó como saldo paradójico el horror que se plasmó en muertos y cuerpos mutilados, con el accionar de dos bombas que estallaron en la estación terminal de trenes donde se encontraban los miles de manifestantes.
Los datos que se discuten en los medios es la precisión del número exacto de muertos y heridos, que para conocimiento público involucró a aproximadamente 350 personas, de las cuales ya murieron más de un centenar y el resto anida para siempre alguna huella espantosa y cargada de dolor -simbólico y material- como producto del atentado.
La política cruza, a estas horas, imputaciones con nominalidades múltiples: “atentado terrorista y “abominable ataque” desde el oficialismo y “Ataque desde el Estado al pueblo” o “autogolpe” desde la oposición. Lo cierto es que el espacio vacante lo deja el hecho que nadie se adjudique como propio este episodio atroz.
Recep Tayyip Erdogan es el Primer Ministro que fue elegido a fines de 2002 y llegó para quedarse en el poder. Lo acompañó un viento de cola con crecimiento económico, la incorporación discursiva hacia las minorías y la garantía de estabilidad política en el marco de la democracia. Hoy se presenta -luego de doce años ininterrumpidos en el poder- como antagonista de quienes claman por laicidad, libertad de prensa, pluralismo y justicia, trabajo y más democracia con calidad y contenido inclusivo.
Algunos frentes de tormentas son síntomas de un somero diagnóstico de situación, como ser:
œ“ Problemas tangibles con los países de la Región especialmente Siria, Iran, Egipto, Israel y Arabia Saudita.
œ“ La censura a los medios de comunicación y a varias redes sociales y la persistente persecución a trabajadores de la prensa.
œ“ La brutalidad policial que quedó reflejada en varios conflictos, en especial el de la Plaza Taksim(Estambul 2013) y otras movilizaciones sucesivas.
œ“ Una profunda división y polaridad de la sociedad entre los que aún creen en el liderazgo de Erdogan y los que cuestionan su vuelco hacia el autoritarismo.
œ“ El impacto que produjeron en varios países de la Región las primaveras árabes con desplazamientos de autoridades.
œ“ Las consecuencias de una economía que no garantiza el empleo y la integración al sistema y la consecuente exigencia de respuestas sociales a corto plazo.
œ“ Arrestos injustificados e inconstitucionales a aquéllos que hacen valer su voz pública de disconformidad.
œ“ La búsqueda de eternización en el poder que se materializa con el adelanto de elecciones para una fecha más próxima -1 de noviembre- a la prevista oportunamente, en nombre de recobrar la iniciativa política luego de un resultado que le impidió la mayoría absoluta en elecciones de junio.
œ“ La ruptura con un aliado muy cercano en el 2013 como es el movimiento Gulen que tiene una importante presencia internacional y ascendencia en la opinión pública global.
œ“ El destino del conflicto interno que se cobró casi 40.000 muertos (casi todos Kurdos) y que por más esfuerzos gestuales, de vocación y voluntad, que se esbozaron en negociaciones con el Partido de los Trabajadores del Kurdistan aún no se han avizorado en un resultado positivo.
Pocas lecturas se pueden tener de un atentado de esta naturaleza. Cuando esto acontece lo primero que emerge en “conflictología” es la pregunta de ¿Esta acción a quién le conviene? Lógicamente que pensar en términos de conveniencia con semejante crimen y terror es de una impudicia deleznable, pero en este caso se torna obligatorio porque hay una elección importantísima en puerta.
Ha vuelto el miedo que, como producto de época, es oclusor y auto-propulsivo. Difícilmente la algarabía social retome su lugar y es de esperar que prosigan intervenciones armadas que muy lejos están de devolver la confianza al pueblo y de obtener la paz tan esperada con los Kurdos.
En esta etapa surgen más las preguntas que las respuestas, especialmente por la incertidumbre que arroja el escenario global.
En Turquía posiblemente quien gobierna lo siga haciendo, máxime con el estado de temor imperante. Ahora, se impone un nuevo cuestionamiento y este no es menor en nombre de lo acontecido: ¿Si luego de este retroceso hacia lo peor de su historia la democracia turca le podrá devolver algún sentido a esas vidas que se acaban de ir en nombre de la paz?
Podrá pasar el tiempo y seguramente tendremos algunas respuestas posibles. Lo que deberíamos tener como precepto común en este mundo global en el que estamos insertos es que “la paz no debe cobrarse ni una vida más”.
Alejandro Nató (columnista de De Caño Vale Doble)
Abogado, mediador y conflictógo. Master en Mediación y Resolución de Conflictos. Masteren Política Internacional. Profesor titular de Derecho Latinoamericano de la Universidad de Buenos Aires.
Presidente del centro internacional para el estudio de la Democracia y la Paz Social.